Noticias de Oaxaca, 17 Ago 2010

HERIBERTO RUIZ PONCE*
Hay imágenes de ellos en todos lados. Están en la calle y en las fotos espléndidas de los dossiers de cultura mexicana que se venden en las librerías caras de todo el mundo.
Con sus rostros morenos, duros, indescifrables; en revistas de divulgación de las embajadas mexicanas, mostrando la "grandiosa y rica cultura" del país. En los museos está su pasado brillante y genial, y solo ahí, pasivo, se reconoce. Recientemente se celebró con brindis un aniversario más de la Declaración Universal de sus derechos que realizó la ONU (2007).

Son los hoy llamados pueblos indígenas. Los que antes usaban huaraches (digo antes porque los logramos convencer de que eso ya no iba; ahora son las sandalias de plástico o tenis Reebok, si es que les alcanza); esos que hablan su "dialecto"; venden tortillas, flores baratas afuera de las tiendas de autoservicio; la imagen común del migrante que se va para el norte.


Guillermo Bonfil nos enseñó a una generación a voltearlos a ver y a reconocernos en ellos. Pero al parecer ya se nos está olvidando. Y ojalá me equivoque. Sí, sí, está lo de Chiapas. Pero también, ya pasó de moda en la tele y lo que no está en la caja fosforescente no existe en el mercado de las discusiones "importantes". A la nueva generación les cuentan sus papás aquel cuento. Quedaron por ahí algunos estampados "chidos" de los indios con pasamontañas que desde la selva hablaban como filósofos, con su Robin Hood al lado interpretando lo que ellos en español no nos podían decir. Fue el tiempo en que los mexicanos nos reconocimos indígenas --algunos güeritos, ojiclaros, barbudos y con el pelo crespo, pero indígenas por dentro decíamos--, reconocimos a nuestros "hermanos", sufridos, olvidados, cuitlapilli in atlapalli ("el conjunto del pueblo llano")...


A muchos de mi generación se nos quedó el resabio, la duda de todo aquel movimiento, de aquella sacudida que nos llegó de golpe.


No nos engañemos, los pueblos indígenas fueron regresados al mismo canasto de donde vinieron. Se les acomodó discursivamente, se codificaron algunas leyes donde se les reconoce la existencia entre nosotros; se les puso una raya, un límite, y nos dimos la vuelta para seguir en los sueños de la posmodernidad, el eurocentrismo, la literatura francesa y gringa "super nice". Otros le sacaron provecho al resquicio y se empezaron a convertir en indios "otra vez": ahí están las becas "especiales", las instituciones de asistencia, las parcelas negociadas de poder. Cambiar todo para que nada cambie.


Pero es cierto, los pueblos originarios del siglo XXI no son los mismos del siglo XVI. Y sin embargo, para incomodidad de muchos, siguen vivos y vigorosos. Voy a lanzar otra utopía: ¿por qué no aprovechar esta coyuntura de promesas de nuevos aires de participación democrática en Oaxaca y dejamos de administrar a los indígenas como si fueran infantes? ¿Por qué no nos sentamos con ellos a planear el futuro del estado?


Y no es que me haya despertado hoy con resaca, ni la cuestión sale de la chistera; simplemente que hace tiempo tengo esta pregunta pendiente para hacérsela a la realidad. La Bolivia de Evo nos ha dado la pauta pero nadie en México, ni en Oaxaca, se ha atrevido a plantear, por lo menos discutir de manera trascendente, un modelo de Estado pluriétnico, a pesar de que se presume a los cuatro vientos de que es la entidad que cuenta con mayor cantidad de indígenas del país, más que Chiapas inclusive.


La Corona española administró durante tres siglos a los pueblos indios de los virreinatos que creó en América para el saqueo. No sin resistencias, pero también en muchos casos con la conformidad de éstos mientras se mantuvieran los privilegios de algunos jerarcas locales. En México, este país que inventaron criollos y mestizos también les hemos administrado, y de manera efectiva, durante 200 años. Hay dos únicos ejemplos históricos conocidos en el que se les consideró para formar parte de un proyecto político nacional: uno, planteado por Morelos. Pero ya sabemos lo que pasó con éste y con su Congreso de Anáhuac (Chilpancingo) y su Constitución de Apatzingán. Fue muerto y con él un proyecto descolonizador a largo plazo. El segundo fue Zapata. Igual, pasado por las armas, y recordada hoy su imagen en bares y discotecas "alternativas" a lado de la del "Che", de a seis euros la caña de cerveza.

Bolivia ha logrado formar un modelo de gobierno basado en la democracia participativa, representativa y comunitaria, con cinco niveles de gobierno: nivel plurinacional, nivel autónomo departamental, nivel autónomo regional, nivel autónomo indígena y nivel municipal (Constitución Política de 2009). La Constitución prevé incluso diputaciones para los pueblos indígenas.

Seguramente sonaré ingenuo para muchos que no quieren o no les conviene que las cosas cambien, pero debo recordarles que las leyes y las formas de organización política, que se suponen inciden en la realidad porque se basan en ella, dependen de las decisiones tomadas por los actores políticos y sociales vivos. A menos que se prefiera mantener la retórica y el modelo demagógico neocolonial de apapacho y contención de las poblaciones que dotan de identidad y originalidad a nuestro país.


* Doctor en Estudios Latinoamericanos, UCM.
nahuake@gmail.com