Reforma, México, sábado 25 de julio en el periódico
Julia Carabias
Con frecuencia se escucha que la principal causa del deterioro ambiental es que somos muchos los que habitamos el planeta. Si bien se trata de una aseveración muy simplista, no cabe duda de que el incremento de la población provoca mayores presiones sobre los recursos naturales y ha contribuido a agravar el deterioro de la naturaleza. Pero el problema esencial no radica sólo en el número de personas, sino en el impacto que ocasionan sobre el ambiente a través de los patrones de producción y consumo de los diferentes segmentos de la sociedad, de las tecnologías aplicadas en los sistemas productivos para la satisfacción de las necesidades humanas y el desarrollo y de la forma como la población se distribuye sobre el territorio.
Mencionamos algunos ejemplos para ilustrar la complejidad de la relación entre la población y el deterioro ambiental. India, actualmente el segundo país de mayor población en el mundo, con casi mil 148 millones de habitantes (16% de la población total), genera 4.47% de las emisiones mundiales de gases efecto invernadero (GEI) que provocan el calentamiento global. En contraste, Estados Unidos, con un poco más de 300 millones de habitantes (4.4% del total mundial), produce 15.6% de GEI. Es decir, un habitante promedio de India genera la doceava parte de GEI que un habitante promedio de EUA. Ésta es una clara muestra de patrones de consumo desiguales.
Un ejemplo que ilustra tecnologías inadecuadas es el caso del uso del agua. En México, 14% del agua total que se consume se destina al abastecimiento público con el cual se dota de agua potable a 89.9% de la población nacional. Sin embargo, la agricultura de riego, que beneficia a un reducido segmento, consume 77% del agua disponible y de esta cantidad se desperdicia 54% por uso ineficiente.
La distribución de la población es otra variable fundamental. Mientras que 76.5% de la población nacional se concentra tan sólo en 3 mil 200 localidades del país, 2.4% habita en un poco más de 137 mil localidades. En el primer caso, la presión sobre los recursos naturales, materias primas, alimentos, agua y energía, es extrema. Por ejemplo, la presión de la Ciudad de México sobre el agua de su entorno es de 155%, y como no alcanza se importa agua de otros estados. En el segundo caso, a pesar de la baja población que existe en estas pequeñas comunidades, la gran dispersión tiene importantes consecuencias ambientales en regiones estratégicas del país. Alejandro Mohar y Yosu Rodríguez, en la obra Capital natural de México publicada por Conabio, argumentan que en las zonas de selvas y bosques se asientan poco más de 2.7 millones de personas en 34 mil 469 localidades "cuyas condiciones socioeconómicas junto con factores exógenos, como los incentivos de ciertos programas o la ausencia de vigilancia gubernamental y social, dan lugar a crecientes cambios de uso de suelo e intensificación de prácticas productivas inadecuadas". Las afectaciones para la biodiversidad resultan, añaden los autores, "desproporcionadas si se les valora desde la perspectiva de la población involucrada, lo cual señala que la ingobernabilidad de los recursos naturales resulta extrema en las zonas de mayor valor ambiental". Ambas situaciones, alta concentración y gran dispersión, son insostenibles en el largo plazo.
Es primordial, además, considerar la ocupación de espacios de riesgo. Por ejemplo, 18.3 millones de personas se ubican en zonas sísmicas, 5.6 millones en áreas susceptibles de inundaciones y 7.6 millones en áreas de alta sequía.
Si el impacto generado sobre el planeta por los actuales 6.7 mil millones de habitantes resulta ya alarmante, ¿qué pasará con la naturaleza cuando la población alcance en 2050 los 9 mil millones, es decir un tercio más de la actual? ¿Hasta dónde los ecosistemas podrán soportar la presión de uso? ¿De dónde se obtendrán los alimentos, agua y materias primas para satisfacer las necesidades de la futura población? En México, a pesar de que la tasa de crecimiento poblacional ha disminuido en las últimas décadas, la población llegará a 120.9 millones en 2030 según Conapo.
Las respuestas son muy complejas y requieren un entendimiento de la relación entre población y ambiente. Falta desarrollar enfoques e indicadores que determinen los umbrales permisibles de extracción de recursos naturales y de recepción de contaminantes para mantener el funcionamiento de los ecosistemas y sus servicios ambientales. Se han desarrollado conceptos como el de huella ecológica y capacidad de carga, pero éstos son muy controvertidos y carecen de sustento teórico. Enfoques e indicadores sólidos permitirán mejorar la formulación e implementación de políticas, programas, normas e incentivos económicos ambientales que promuevan el cambio de conductas y patrones de consumo, el ajuste de tecnologías sustentables y el ordenamiento de la ocupación territorial. Sólo de esta manera, habrá espacio en el planeta para los 9 mil millones de personas que se esperan en 2050.
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