miércoles, agosto 26, 2009

Estimular o morir

by Joseph E. Stiglitz Joseph E. Stiglitz
Project Syndicate

NUEVA YORK – Como los brotes verdes de la recuperación económica que muchos advirtieron la pasada primavera se han vuelto marrones, surgen preguntas sobre si ha fracasado la política de hacer arrancar la economía mediante un estímulo fiscal en gran escala. ¿Se ha demostrado la inadecuación de la teoría económica keynesiana, una vez puesta a prueba?

Sin embargo, esa pregunta sólo tendría sentido si se hubiera probado a aplicar de verdad dicha teoría económica. De hecho, lo que ahora se necesita es otra dosis de estímulo fiscal. Si no se hace, podemos esperarnos un período aún más largo en el que la economía funcione por debajo de su capacidad y con un gran número de desempleados. El gobierno de Obama parece extrañado y decepcionado con el gran número –que va en aumento– de desempleados. No debería estarlo. Todo eso era previsible. El verdadero criterio para calibrar el éxito del estímulo no es el nivel real de desempleo, sino el de cuál habría sido sin el estímulo.

El gobierno de Obama siempre dijo con claridad que crearía unos tres millones de puestos de trabajo más que en caso contrario. El verdadero problema es el de que la sacudida que la crisis financiera asestó a la economía fue tan fuerte, que incluso el estímulo fiscal de Obama, aparentemente enorme, no ha sido suficiente. Pero hay otro problema: en los Estados Unidos, sólo una cuarta parte, aproximadamente, del estímulo de casi 800.000 millones de dólares estaba destinado a gastarse este año y se ha tardado en aplicarlo incluso en el caso de los proyectos que se podían empezar a ejecutar rápidamente.

Entretanto, los estados que componen los Estados Unidos han tenido que afrontar déficits de ingresos en gran escala, que excedían los 200.000 millones de dólares. La mayoría de ellos afrontan obligaciones constitucionales de presupuestos equilibrados, lo que significa que dichos estados están ahora aumentando los impuestos o reduciendo los gastos, estímulo negativo que contrarresta al menos una parte del estímulo positivo del Gobierno Federal. Al mismo tiempo, casi una tercera parte del estímulo fue destinado a la reducción de impuestos, que, como predijo correctamente la teoría económica keynesiana, sería relativamente ineficaz.

Las familias, cargadas de deudas, mientras se reducen sus ahorros para la jubilación y las perspectivas laborales siguen siendo remotas, sólo han gastado una fracción de las reducciones de impuestos. En los EE.UU. y en otros países, se ha centrado gran parte de la atención en la reparación del sistema bancario, cosa que puede ser necesaria para restablecer un crecimiento intenso, pero no es suficiente. Si la economía está estancada, los bancos no prestarán y las familias americanas serán particularmente reacias a pedir préstamos, al menos con la avidez con que lo hicieron antes de la crisis.

El todopoderoso consumidor americano fue el motor del crecimiento mundial, pero lo más probable es que dicho motor siga petardeando, aun después de que se hayan reparado los bancos. Entretanto, será necesaria alguna forma de estímulo gubernamental.

Algunos están preocupados por el aumento de la deuda nacional americana, pero, si un nuevo estímulo está bien concebido y se dedica la mayor parte del dinero a la compra de activos, se puede fortalecer, en realidad, la situación presupuestaria y el crecimiento futuro. Constituye un error tener en cuenta sólo las deudas de un país y pasar por alto sus activos. Naturalmente, se trata de un argumento contra los rescates bancarios mal concebidos, como el de los Estados Unidos, que ha costado a sus contribuyentes centenares de miles de millones de dólares, gran parte de los cuales nunca se recuperarán.

La deuda nacional ha aumentado sin que se hayan colocado activos compensatorios en el balance gubernamental, pero no se debe confundir la ayuda a las empresas con un estímulo keynesiano. A algunos (no muchos) les preocupa que esta ronda de gasto gubernamental cree inflación. Pero el problema más inmediato sigue siendo el de la deflación, en vista del importante desempleo y el exceso de capacidad existentes. Si la economía se recupera con mayor fuerza de lo previsto por mí, se puede suprimir el gasto. Mejor aún: si se dedica gran parte de la próxima ronda de estímulo a los estabilizadores automáticos –como, por ejemplo, la compensación del déficit de ingresos de los estados– y si la economía se recupera efectivamente, en ese caso no habrá gasto. El riesgo es mínimo.

No obstante, existe cierto motivo de preocupación por que las perspectivas inflacionarias, cada vez mayores, tengan como consecuencia un aumento a largo plazo de los tipos de interés, lo que contrarrestaría los beneficios del estímulo. A ese respecto, las autoridades monetarias deben vigilar y continuar con sus intervenciones “especiales”: las de dirigir los tipos de interés a corto y a largo plazo. Todas las políticas entrañan un riesgo. De no estar preparados ahora para un segundo estímulo, se corre el riesgo de una economía más débil... y de que no haya los fondos necesarios cuando se necesiten.

La estimulación de una economía requiere tiempo, como demuestran las dificultades del gobierno de Obama para gastar lo consignado; los efectos plenos de esas medidas pueden tardar medio año o más en sentirse. Una economía más débil significa quiebras, ejecuciones de hipotecas y mayor desempleo. Aun dejando de lado el sufrimiento humano, eso significa, a su vez, más problemas para el sistema financiero y, como hemos visto, un sistema financiero más débil significa una economía más débil y posiblemente la necesidad de más fondos de emergencia para salvarla de una catástrofe. Si intentamos ahorrar fondos ahora, corremos el riesgo de gastar muchos más en el futuro. El gobierno de Obama erró al solicitar un estímulo demasiado pequeño, en particular después de que llegara a transacciones políticas que lo volvieron menos eficaz de lo que podría haber sido. Cometió otro error al formular un rescate bancario que concedió demasiados fondos con demasiado pocas restricciones y condiciones demasiado favorables a quienes causaron el lío económico en primer lugar, política que ha quitado el deseo de más gasto a los contribuyentes.

Pero así es la política. La teoría económica está clara: el mundo necesita que todos los países industriales avanzados se comprometan a lanzar otra gran ronda de gasto de estímulo real. Ése debe ser uno de los asuntos fundamentales de la próxima reunión del G-20 en Pittsburgh.

Joseph E. Stiglitz, profesor de Economía en la Universidad de Columbia, preside una Comisión de Expertos, nombrada por el Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, sobre las reformas del sistema financiero y monetario internacional. En su libro Making Globalization Work (“Para hacer que funcione la mundialización”), publicado en 2006, examinó la cuestión de un nuevo sistema mundial de divisas de reserva.

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