sábado, marzo 24, 2012

Lo que el viento se llevó


Project Syndicate / Bjørn Lomborg, Mar 16, 2012

COPENHAGUE – Las medidas encaminadas a frenar el calentamiento planetario han despertado un profundo deseo a escala mundial de desplegar energía renovable. A consecuencia de ello, la utilización de turbinas eólicas ha aumentando diez veces en el pasado decenio y se ha promocionado la energía eólica como la más rentable oportunidad ecológica. Según Connie Hedegaard, la comisaria de la Unión Europea encargada de los asuntos relativos al clima, “los ciudadanos deben creer que [la energía eólica] es muy, muy barata”.

Illustration by Paul Lachine
En realidad, esa afirmación es muy problemática. Si bien la energía eólica es más barata que otras renovables más ineficaces, como, por ejemplo, la solar, la de las mareas y el etanol, en modo alguno es competitiva. Si lo fuera, no tendríamos que seguir gastando sumas importantes para subvencionarla.
En el Reino Unido, por ejemplo, la eólica sigue siendo en gran medida más costosa que otras fuentes de energía. Utilizando la actualización de los costos de la generación de electricidad en el Reino Unido correspondientes a 2010 y calculándola mediante el costo por kilovatios-hora producidos, la eólica sigue siendo entre 20 y 200 por ciento más cara que las opciones más baratas con combustibles fósiles e incluso ése es un cálculo muy por lo bajo.
Como el Reino Unido y otros países desarrollados se han apresurado a construir más turbinas eólicas, han comenzado, naturalmente, por los lugares más ventosos y han dejado para más adelante los emplazamientos que lo son menos. Al mismo tiempo, los ciudadanos cada vez protestan más contra los parques eólicos en sus patios traseros. La oposición local se ha triplicado en los tres últimos años y las tasas de aprobación local de nuevos parques eólicos han llegado a ser las más bajas de todos los tiempos.
La mayoría de las personas creen que unas pocas turbinas eólicas pueden ser atractivas, pero otra cosa muy distinta ocurre cuando las turbinas están dispersas por el campo o cuando enormes parques eólicos industriales ocupan kilómetros y kilómetros de territorio. También han aumentado las quejas por el ruido de baja frecuencia de las nuevas turbinas eólicas.
En vista de la oposición cada vez mayor por parte del público, se espera que la mayor parte del aumento futuro de turbinas eólicas se haga frente a las costas, donde hay menos oposición, pero donde los costos son mayores.
Con su política “20-20-20”, la UE ha prometido que, de aquí a 2020, reducirá sus emisiones de carbono un 20 por ciento por debajo de los niveles de 1990 y aumentará su dependencia de renovables en un 20 por ciento. En el caso del Reino Unido, eso requiere un aumento espectacular en energía eólica, sobre todo frente a las costas.
Resultará sorprendentemente costoso. El Carbon Trust del Reino Unido calcula que el costo de ampliar las turbinas eólicas a 40 gigavatios, para suministrar el 31 por ciento de la electricidad de aquí a 2020, podría ascender a nada menos que 75.000 millones de libras (120.000 millones de dólares) y los beneficios, en materia de lucha contra el calentamiento planetario, serían irrisorios: una reducción de tan sólo 86 megatoneladas de CO2 al año durante dos decenios. En cuanto al aumento de temperatura evitado, sería completamente insignificante. Utilizando un modelo climático normalizado, en 2100 el enorme desembolso del Reino Unido habrá aplazado el calentamiento planetario tan sólo un poco más de diez días.
Además, ese cálculo es sin lugar a dudas muy optimista. Con frecuencia el viento no sopla cuando hace falta. Por ejemplo, según comunicó la BBC, el frío del 21 de diciembre de 2010 fue típico de un frente frío prolongado, con zonas de presión alta y poco viento. Mientras que la energía eólica suministra, por término medio, el cinco por ciento de la electricidad del Reino Unido, su porcentaje bajó hasta el 0,04 por ciento aquel día. Como la demanda llegó a su punto máximo, lógicamente, otras fuentes, como, por ejemplo, el carbón y el gas, tuvieron que colmar el desfase.
Compensar un cinco por ciento de déficit de suministro es soportable, pero la situación cambiará dramáticamente cuando el Reino Unido aumente su dependencia de la energía eólica hasta alcanzar la meta del 31 por ciento de aquí a 2020. La energía eólica resulta mucho más cara si incluimos los grandes suministros de energía que habría que crear de respaldo para cuando el viento amaine.
El respaldo más barato con mucho lo proporcionan las centrales de gas de ciclo abierto, lo que entraña más emisiones de CO2. De modo, que la energía eólica será en última instancia más costosa y reducirá las emisiones menos de lo calculado oficialmente. (Ésa es la razón por la que los cálculos simples basados en los costos por kilovatio-hora resultan con frecuencia enormemente engañosos, pues contribuyen a que la eólica y otras energías renovables intermitentes parezcan más baratas de lo que son.)
Así lo han demostrado informes recientes de KPMG/Mercados y Civitas, grupo de estudio independiente. Un nuevo informe del profesor Gordon Hughes, de la Universidad de Edimburgo, para la Fundación de Políticas sobre el Calentamiento Planetario calcula que 36 gigavatios de nueva energía eólica costarían 120.000 millones de libras para conseguir una reducción de tan sólo 23 megatoneladas de CO2  al año. Dicho de otro modo, los aumentos de temperatura se aplazarían tan sólo 66 horas al final del siglo.
Al contrario de lo que muchos creen, el costo de la energía eólica tanto terrestre como frente a las costas no ha bajado. Al contrario, ha ido subiendo a lo largo del último decenio. El Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático así lo reconoció en su informe más reciente sobre energías renovables. Asimismo, el Centro de Investigaciones Energéticas del Reino Unido lamenta que los costos de la energía eólica hayan “aumentado en gran medida desde mediados del decenio de 2000”.
Como la UE, el Reino Unido se ha enamorado de la idea de reducir el CO2 mediante la tecnología eólica, pero la mayoría de los modelos académicos muestran que la forma más barata de reducir el CO2 en un veinte por ciento de aquí a 2020 sería el de substituir el carbón por el gas natural, que es más limpio. La media de los modelos energéticos más importantes indica que, si nos limitamos al Reino Unido, la consecución de la meta del 20 por ciento entrañaría un costo total de unos 95.000 millones de libras a lo largo del próximo decenio y 18.000 millones de libras en adelante. Naturalmente, esas cifras comprenden las reducciones en sectores distintos del eléctrico, además de un mayor costo total de los precios de la energía para la economía.
No obstante, la enseñanza que se desprende está clara: si el objetivo no es simplemente el de reducir las emisiones de CO2, sino también el de recurrir a las renovables para hacerlo, los modelos muestran que el costo se dispara hasta los 188.000 millones en este decenio y 23.000 millones al año a partir de 2020. En realidad, insistir en la eólica significa utilizar una energía que dista de ser competitiva, no contribuye a evitar el cambio climático y cuesta 92.000 millones de libras más tan sólo para el Reino Unido.
Para cualquier país, parece una opción muy deficiente.

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