viernes, abril 26, 2013

Uruguay produce corderos genéticamente modificados

Los animales tienen la particularidad de que partes de su cuerpo toman una tonalidad verde fosforescente ante luz ultravioleta 
Mediante esa tecnología es "posible" acceder al gen responsable de la producción de una proteína faltante en los humanos y causa de alguna enfermedad . (Foto: Javier Calvelo / EFE )
Viernes 26 de abril de 2013EFE | El Universal00:10

Un grupo de científicos uruguayos ha producido los primeros corderos genéticamente modificados de Sudamérica, lo que abre un camino de "muchas posibilidades" para la biomedicina y la cura de enfermedades, informaron hoy los responsables del proyecto.
Los animales, que entre otras cosas tienen la particularidad de que algunas partes de su cuerpo toman una tonalidad verde fosforescente al alumbrarlas con luz ultravioleta, son el resultado de un trabajo conjunto de técnicos del Instituto de Reproducción Animal de Uruguay (IRAU) y el Instituto Pasteur de Montevideo.
Fueron creados con una técnica "hasta ahora no disponible" en la región y representan un "importante avance" en el camino que vincula a la ciencia con la tecnología para aplicar en el futuro en la medicina, destacó el veterinario Alejo Menchaca, director del IRAU y coordinador del proyecto.
"Hay que dejar claro que no estamos generando fármacos para ayudar a curar enfermedades sino aportando y sumando en ese camino", destacó.
Las tecnologías transgénicas en animales "tienen una diversidad de aplicaciones y beneficios" para distintas áreas, entre ellas la biomedicina al generar "nuevas posibilidades" para enfrentar algunas enfermedades, dijo.
Mediante esa tecnología es "posible" acceder al genresponsable de la producción de una proteína faltante en los humanos y causa de alguna enfermedad "como por ejemplo la insulina en el caso de los diabéticos", ejemplificó.
Los científicos uruguayos lograron "aislar el gen e incorporarlo al genoma de un embrión de una oveja que al ser adulta produce la sustancia en la leche".
Mas tarde esa leche "se purifica" para "elaborar" el mismo medicamento que hoy utilizan quienes padecen la enfermedad "pero a un coste mucho menor", agregó.
Para su experimento, los científicos utilizaron un gen proveniente de una medusa que es el responsable de la producción de una proteína de color verde fluorescente en dicha especie.
El hecho de que ese gen produzca esta proteína permite "identificarlo fácilmente cuando se encuentra presente en un animal", destacó Menchaca.
Los científicos produjeron a su vez embriones de oveja en el laboratorio mediante la técnica de fertilización in vitro.
Luego de producidos los embriones ovinos se les inyectó el gen de interés y fueron colocados mediante endoscopía en el útero de ovejas receptoras.
Cinco meses de gestación permitieron el nacimiento de nueve corderos paridos de forma natural.
"Actualmente tienen seis meses, fueron criados por sus madres y están en perfectas condiciones", agregó el especialista.
A simple vista los corderos no tiene ninguna particularidad "pero cuando se los enfrenta a una luz ultravioleta muestran la proteína verde en algunos tejidos" (hocico, ojos y patas), señaló el científico.
Esa particularidad "permite reconocer fácilmente" que la técnica "fue exitosa" y que el gen de interés se "encuentra en el ADN del ovino", lo que además "fue confirmado por técnicas moleculares más complejas", agregó Menchaca.
Descartó que la idea del IRAU o del Instituto Pasteur sea vender la tecnología sino "generar conocimiento, difundirla a nivel de canales científicos y tratar de colaborar en la cura de algunas enfermedades".
"Lo que tenemos ahora es una herramienta en la búsqueda de que las futuras generaciones puedan vivir mejor", afirmó el científico uruguayo.
Se estima que en Uruguay, un país agropecuario de apenas 3,3 millones de habitantes, hay más de 8,2 millones cabezas de ganado ovino y 11,2 millones de cabezas de ganado vacuno.

sábado, abril 13, 2013

Dejar de pagar a los que contaminan


Connie Hedegaard / Project Syndicate, 5 abril 2013
BRUSELAS – Un antiguo proverbio chino dice: “cuando soplan vientos de cambio algunos levantan muros, pero otros construyen molinos de viento”.
Con las mismas palabras se clausuró la reunión en marzo del Parlamento del Clima, foro que tiene lugar en Bruselas y reúne legisladores de todo el mundo que están comprometidos con la lucha contra el cambio climático. Legisladores, representantes de Naciones Unidas y la Agencia Internacional de Energía (AIE) estuvieron de acuerdo en acabar con la dependencia de los combustibles fósiles como una de las medidas más urgentes para combatir efectivamente el cambio climático.
La voz del Parlamento del Clima se une a las de un creciente grupo de actores influyentes que están hablando sobre la necesidad de limpiar nuestros hábitos en material de energía. Durante la reunión del Foro Económico Mundial que se llevó a cabo en enero en Davos, Lord Nicholas Stern, autor de un reconocido informe en el que se describen las medidas que debe adoptar el mundo para evitar un cambio climático desordenado, admitió que el planeta se estará calentando cuatro grados centígrados durante el presente siglo. Stern dijo que, en retrospectiva, su informe pudo haber insistido más en la necesidad de llevar a cabo acciones más enérgicas para evitar los riesgos catastróficos que supone este nivel de calentamiento.
Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, hizo suyas las ideas de Stern e hizo un llamado en favor de adoptar medidas más firmes en cuanto al clima para evitar que las próximas generaciones se “rosticen, tuesten, frían y asen”. Por su parte, el Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, anunció que su institución dará prioridad a la lucha contra el cambio climático y se concentrará en promover, entre otras medidas, la eliminación de los subsidios que se conceden a la industria de los combustibles fósiles.
Con esta promesa, el Banco Mundial se unió a una lista creciente de organismos internacionales como la ONU, el FMI y la OCDE que han hecho llamados para poner fin a esos subsidios. A nivel global, vamos por buen camino para alcanzar un acuerdo internacional sobre el clima, pero eso llevará tiempo, mientras que la necesidad de actuar no puede esperar. Es posible aprovechar el amplio consenso existente contra los subsidios a los combustibles fósiles, incluso si no hay un acuerdo legal, y eso podría tener un rápido e importante impacto positivo.
Según la AIE, los subsidios a los combustibles fósiles aumentaron casi 30% hasta alcanzar 523 mil millones de dólares en 2011. Mientras tanto, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente informa que la inversión global en energía renovable fue de únicamente de 257 mil millones de dólares ese mismo año.
Dicho de otro modo, estamos haciendo exactamente lo contrario de lo que deberíamos hacer. El apoyo a la eficiencia energética y a las fuentes de energía renovable se está rezagando, mientras que los gobiernos en todo el mundo gastan  miles de millones de dólares para subsidiar una catástrofe incipiente. Esto debe cambiar.
Como comisaria europea de Acción por el Clima, me interesa particularmente que tres instituciones financieras internacionales – el Banco Europeo de Inversiones, el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y el Banco Mundial – se unan a sus socios de la UE y la OCDE para encabezar un esfuerzo de eliminación del apoyo público a los combustibles fósiles. Juntas, estas tres instituciones ofrecen créditos de más de 130 mil millones de euros (168 mil millones de dólares) anualmente para proyectos que se llevan a cabo en Europa y otros lugares y cumplen un papel sustancial de asesoría en los países beneficiarios. Este año resulta en una oportunidad particularmente importante para utilizar este potencial de acción.
Las tres instituciones han anunciado una revisión de sus políticas de crédito para el sector energético. El resultado será la base para los créditos que otorguen en los próximos 4 a 6 años y enviará una poderosa señal política y financiera sobre los compromisos mundiales para abordar el cambio climático. Entre cuatro y seis años es también el plazo en que los especialistas del clima predicen que las emisiones de gases con efecto invernadero deben alcanzar un máximo y empezar a reducirse si se quiere que haya esperanzas de un futuro decente para el mundo.
Los prestamistas multilaterales pueden dar el ejemplo restringiendo las condiciones para el financiamiento público al carbón, el combustible fósil más dañino y presionando para que haya una mayor transparencia en los informes sobre las emisiones. Alentar las inversiones en energía renovable y en una mayor eficiencia energética tendrá como beneficio adicional aumentar la autosuficiencia a largo plazo y la resistencia contra la volatilidad de los precios de los combustibles fósiles.
De manera más amplia, las instituciones financieras internacionales deberían alejar a las inversiones públicas y privadas de la mentalidad de corto plazo. Con el apoyo de un marco de política climática estable y de largo plazo, el financiamiento público podría ser el motor de la descarbonización de nuestro sistema energético y de nuestras economías.
En lugar de ofrecer subsidios no sostenibles y ambientalmente dañinos para los combustibles fósiles, el financiamiento público debería alentar el desarrollo de las industrias y empresas nuevas que están surgiendo en el curso de la transición hacia la baja emisión de carbono. Las industrias del futuro, que habrán de crear empleos durables, serán aquellas que utilicen eficientemente los recursos escasos y puedan pagar los verdaderos costos ambientales y de salud de los recursos que usen.

miércoles, abril 03, 2013

Rarámuris y odamis: lo nuevo de la añeja resistencia

La Jornada, 15 de marzo de 2013, Víctor M. Quintana:
A quienes quieren refundirlos en la sierra, las comunidades rarámuris y odamis les responden yendo a bailar a Chihuahua y a denunciar a Wahington. Ayer, jueves 14, un grupo de cuatro indígenas, dos hombres y dos mujeres, en representación de las comunidades de Huitosachi, Bakajípare y Mogótavo, del municipio de Urique, así como Choreachi, Coloradas de la Virgen y Mala Noche, del municipio de Guadalupe y Calvo, compareció ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para denunciar la falta de reconocimiento jurídico de sus comunidades, que provoca que sean excluidas de las decisiones y del acceso a los recursos naturales del lugar que han habitado desde tiempos ancestrales.

Antes, el primero de marzo los rarámuris de Bakéachi cultivaron la memoria haciéndose presentes en la ciudad de Chihuahua. Ese día, hace 85 años, el gobierno federal les otorgó el reconocimiento jurídico como comunidad. El mismo día, pero en 2010, fue asesinado Ernesto Rábago, asesor de la comunidad, junto con su compañera, la abogada Estela Ángeles Mondragón, y todo el equipo de la asociación Bowerasa.

Los bakéachis, a diferencia de las comunidades que comparecieron en Wahington, sí son reconocidos como comunidad, pero de poco les ha valido. Desde los años 20 del siglo pasado contaban ya los periódicos de sus revueltas por defender su tierra. Les incrustaron mestizos en ella, quienes incluso construyeron viviendas y corrales en la zona sagrada de sus fiestas. Los ganaderos de Nonoava les fueron llenando de reses sus pastizales y sus precarios bosques. Pero nunca se dejaron los bakéachis; gastaron lo que no tenían en viajes a Chihuahua y a México, en trámites que sólo su paciencia telúrica puede aguantar. Pero desde los años 90 –ya lo hemos contado en este espacio– reforzaron su lucha con el apoyo de Estela, Ernesto y los padres de la misión de Carichí. Ganaron 23 juicios agrarios y lograron la recuperación de 11 mil hectáreas y el raleo del ganado invasor. Los bakéachis y sus asesores resistieron solitarios muchos años, pero van dos primeros de marzo que vienen a acompañarlos los de Wawatzérare-Bakuséachi, los de Chinéachi, los de Narárachi (el lugar donde lloraron los apaches), del municipio de Carichí. Participan en la misa presidida por el obispo de la Tarahumara y los padres solidarios con ellos, cantan, oran y bailan juntos en el templo y en la plaza, frente al palacio de gobierno.

Mucho más complicada es la situación para las comunidades en pie de los municipios de Urique y Guadalupe y Calvo. Al negarles su reconocimiento como tales les niegan también su derecho a decidir sobre el destino de sus territorios, de su bosque, de sus recursos naturales. Los talabosques, las empresas turísticas y mineras, vienen a explotar sus recursos y a contaminarles su medio ambiente. Además de esto exponen en Wahington sus demandas que tiene que ver con servicios de salud deficientes o nulos, falta de acceso al agua para el servicio doméstico y el consumo humano, falta de escuelas adecuadas a la cultura de las comunidades, contaminación a causa de basura que desechan los hoteles, así como los que desecha el turismo, principalmente en el proyecto del Divisadero. Los apoyan las organizaciones no gubernamentales Consultoría Técnica Comunitaria, Alianza Sierra Madre y Tierra Nativa.

Así como la indignación se fue contagiando por todos los países que clamaban por democracia en el norte de África, o entre los jóvenes que denunciaban el desastre social provocado por el capitalismo financiero, lo mismo en la plaza Tahrir que en Madrid o en Wall Street, la justa rabia indígena se va contagiando de comunidad en comunidad. Es este caminar lo que ha conquistado a otras comunidades indígenas o, como diría Manuel Castells, lo que ha ido generando en esta sierra nuevas redes de resistencia y cambio social.

Si a estas comunidades el capitalismo de todas las fases les ha negado la movilidad social, mínimo logro de las democracias occidentales, ellas se han procurado, como señala Zygmunt Bauman, la movilidad de las identidades. La identidad que otros les asignaron de excluidos, discriminados, resignados, comunidades como las de Bakéachi, Coloradas de la Virgen o Mogotavo las han dejado atrás, para darse ellos mismos una nueva identidad de indignados, de sujetos, de gentes que se ponen en camino (Bowerasa). Por eso contagian, convocan. Cuando ellos se ponen de pie y echan a andar suscitan adhesiones a esa nueva identidad, su fuerza hace la unión. La nueva identidad la construyen reafirmando sus derechos. Y es una identidad que estorba, que molesta.

Así como los jóvenes indignados han combinado su activismo en las redes sociales con la construcción de un nuevo espacio público, físico, en los lugares públicos que ocupan por todo el mundo, así las comunidades indígenas que luchan por defender su tierra, su territorio, sus recursos contra ganaderos, contra trasnacionales mineras, contra compañías de energía eólica, van construyendo también un nuevo espacio público con sus luchas. Está, por una parte, en sus cerros, en sus barrancas, en sus desiertos y en sus montes; pero también en las plazas, en las calles, en las carreteras, en las planas de los periódicos y en los bites en donde difunden su identidad reconstruida, tan vieja y tan nueva al mismo tiempo. Su decisión indeclinable de ser sujetos y nunca más objetos.

martes, abril 02, 2013

Biodiversity in Logged Forests Far Higher Than Once Believed


Yale Environment 360 07 MAR 2013: ANALYSIS

New research shows that scientists have significantly overestimated the damage that logging in tropical forests has done to biodiversity, a finding that could change the way conservationists think about how best to preserve species in areas disturbed by humans.

by fred pearce

Researchers have discovered a significant flaw in large swaths of ecological research into the impact of logging on tropical forests: Scientists have been dramatically overestimating the damage done by loggers, skewing conservation strategies paid for by the donations of millions of environmentally minded citizens.

Logged tropical forests, new research suggests, are much more valuable for biodiversity than previously thought. Our understandable preoccupation with protecting pristine ecosystems may be blinding us to the fact that the forests that have been selectively logged deserve conservation, too. One immediate and troubling implication is that schemes backed by conservationists in Indonesia and elsewhere to turn “degraded” forests into palm oil plantations will do far more damage to nature’s biodiversity than the original logging.

“Logged forests in the tropics are too vast, vulnerable, and important to ignore, given their large conservation potential,” says 
William Laurance of James Cook University in Cairns, Australia, who did not participate in the research but backs the importance of the new findings. “It is vital that we recognize their key role for conserving tropical nature.”

The research, published in January 
in the journalConservation Biology, finds that at least two-thirds of scientific studies into the impact of logging on forests are guilty of “pseudo-replication.” Horrible word, but it describes a statistical trap that researchers often fall into when comparing sets of data to tease out the effect of some impact. 

In this case, it means that ecologists comparing logged forests with nearby unlogged forests have usually assumed that all the differences in species that they find are the result of logging. But this is rarely true. All bits of forest, even close neighbors, are different — often dramatically so. The simple statistical comparisons pick up the pre-existing natural differences as well as the effects of logging. Typically, these flawed analyses have produced figures for the damage caused to forests by logging that are higher than the reality.

The analysis covered 77 studies over the past decade, investigating everything from the butterflies of Thailand and the woodpeckers of Borneo to Kenyan trees, India forest birds, the bryophytes (non-vascular plants) of the Indonesian island of Sulawesi, Amazonian bats, lianas in southern China, the birds of Bolivia, and the termites of the Malaysian state of Sabah. Of these 77 studies, 52 were guilty of pseudoreplication, five were definitely not guilty, and the jury was out on a further 20.

The new research is not from some pro-logging group. The lead authors are Benjamin Ramage, a respected conservation ecologist from the University of California at Berkeley, and Douglas Sheil, a former director of the 
Institute of Tropical Forest Conservation in Uganda, who is now at the Southern Cross University in Lismore, Australia.

Their discovery of this previously unnoticed flaw at the heart of conservation science is a damning indictment. It undermines the findings of hundreds of research studies published over many years — studies that have underpinned a forest conservation ethos that concentrates almost exclusively on protecting the pristine.

A rethink will be required. Most existing research on the ecological effects of logging “cannot be trusted,” the authors say, adding, “The problem is so pervasive that the severity and precise nature of the bias cannot be reliably calculated.” But they conclude that it means “the effects of logging have been exaggerated and... the current body of literature provides little indication of the true nature of [logging] effects.”

These startling conclusions are supported by forest ecologists who are highly critical of runaway logging, such as Laurance and Jeffrey Sayer of the International Union for the Conservation of Nature.

They also back up research in Sabah on the island of Borneo, by David Edwards of James Cook University in Australia. Reporting 
in theProceeding of the Royal Society B in 2010, he found that even after repeated logging, forests there typically retain 75 percent of their biodiversity. Edwards’ study concentrated on birds and dung beetles as representative of overall biodiversity. More than two-thirds of the 179 bird species and a similar proportion of the 53 dung-beetle species survived at 18 sampling sites across a large logging concession covering a million hectares, despite the entire concession being logged over twice.

Sayer goes even further. He says that in Kalimantan, the Indonesian part of Borneo, “biodiversity in logged-over concessions is in better condition than many of the protected areas.” In the concession areas, farmers are kept out, whereas most protected areas are essentially abandoned by the authorities and thus open to invasion. In the Congo basin of Africa, he says, “the 
intensity of logging is so low that only an expert can really tell the difference between forests in concessions and those in protected areas.”

There is little clear-cutting by loggers in the tropics, except where forests are being razed for agriculture. Most logging is selective, with only the most commercially valuable species cut. Other trees may be damaged by the bulldozers and heavy equipment used to construct roads and remove the timber, but most survive, along with the wildlife that depend on them.

Many forests become permanent timber estates that are repeatedly logged.
In a recent paper in Science, Edwards and Laurance estimate that more than 400 million hectares of tropical forests — an area half the size of the contiguous United States — are now part of such estates. Most surviving forests in Southeast Asia have been logged at least once. “Few truly undisturbed forests exist,” they wrote.

Despite their growing importance, logged forests have traditionally been shunned by conservationists in favor of protecting surviving scraps of virgin forest. But Laurance says the new findings about how the conservation value of logged forests has been underestimated will add fuel to the argument that, in the 21st century, logged forests are of increasing value to the planet’s biodiversity and can no longer be shunned.

“Conservationists ignore [logged forests] at their peril,” says Edwards.

This revisionist thinking mirrors that articulated by, among others, Peter Kareiva, chief scientist at The Nature Conservancy, who attacks our romantic notions of the environment as something fragile and separate from humans and questions whether there is any truly pristine nature left anywhere. Even the Amazon was thoroughly worked over by pre-Columbian societies.

Wilderness is a myth, say the new ecologists. They question our obsession with putting nature in a glass cage and poo-poo our antipathy to alien species. We have no choice but to see ourselves as a functioning part of all ecosystems, they argue.

This more sanguine view of forest degradation is hardly embraced by all conservation scientists. Two years ago, the well-known conservation activist, 
Thomas Lovejoy, now of George Mason University in Virginia, co-authored a letter in Nature that bore the headline “Primary Forests Are Irreplaceable for Sustaining Tropical Biodiversity.” The letter argued that even though few truly undisturbed forests exist, those that remain contain more biodiversity than comparable degraded forests. Ironically, another co-author was Laurance. Yet Laurence points out that logged forests are still more biodiverse than other types of disturbed forests, and given the huge extent of logged areas, he argues that conservation has to embrace them.

Certainly neither Laurance nor his colleagues maintain that the latest research on logging and biodiversity should be treated as a green light for 
clearing forests. Far from it. For one thing, the roads created by loggers make forests vulnerable to invasions by farmers and ranchers, who may be far more destructive. But it does suggest that well-managed permanent forest estates could be part of the solution to biodiversity loss, rather than the problem — and that conservationists should devote more attention to that task, even if it lacks the romance of protecting the pristine.

By concentrating their attention on what is lost, conservationists have often ignored what survives. And the new study reveals that the statistical failings of their analyses of the losses have served to underestimate how much remains.

All this is a real break from the orthodoxies of conservation ecology and our often simplistic ideas about deforestation. A reevaluation of the conservation of other kinds of degraded ecosystems may be required. Even invasions by farmers may not be the end for forest biodiversity, says Sayer. “Forests that regenerate on abandoned farmland are often surprisingly rich in biodiversity, including some species that are often thought of as [only found in] natural forests,” he says.

There are important implications for practical conservation. Conservationists have traditionally concentrated their lobbying and activities on the ground towards protecting untouched “conservation hotspots,” 
a term pioneered by Russell Mittermeier, president of Conservation International.

No environmentalist should want to do anything to encourage logging of pristine forest — and some fear that any recognition of the conservation value of logged forests might encourage this. But ignoring logged forests can sometimes be counterproductive to biodiversity conservation.

That is what is happening in Indonesia, where some conservationists are backing a billion-dollar government plan, announced in 2010, to save pristine rainforests by encouraging palm oil and other plantation agriculture to instead move onto “degraded land.” The pristine forests, meanwhile, 
will be conserved so as to generate carbon credits.

The Washington-based World Resources Institute is among those groups supporting that strategy, by mapping Indonesia’s degraded land. It says this will help the government to divert “new oil palm plantation development onto ‘degraded lands’ instead of expanding production into natural forests.”

Much depends on what the government decides will count as “degraded lands.” And the WRI’s mapping may help protect some logged forests. But Laurance says that a lot of the 36 million hectares — an area larger than Germany — that has been designated as “degraded” in Indonesia is precisely the kind of logged forest that could be almost as rich in species as natural forests.

“Preventing degraded forests from being converted to oil palm should be a priority of policy-makers and conservationists,” says Edwards. The danger is that conservationists end up on the wrong side — complicit in forest destruction and biodiversity loss.