Noticias de Oaxaca, 14 Nov 2010 - 23:10
El 52 por ciento de nuestra población emplea su fuerza de trabajo en la agricultura, principalmente en la producción del maíz; el cultivo de este grano ocupa el 80 por ciento de las tierras cultivables y el 93 por ciento de la superficie dedicada a granos básicos.
Sin embargo, Oaxaca presenta un serio déficit anual superior a las 100 mil toneladas de maíz, lo que implica una constante importación de este grano para satisfacer la demanda interna; tan solo en los últimos 3 años la compra a los Estados Unidos aumento 15 veces.
No es una ninguna revelación la situación crítica de nuestro campo, el mismo Plan Estatal de Desarrollo Sustentable (2004-2010) identificaba las limitaciones del agro oaxaqueño tales como la nula planeación de la producción, el uso de tecnologías inapropiadas, la escasa asesoría técnica y la baja productividad. ¿Y de qué nos ha servido esta falsa honestidad si la tierra cultivable se está abandonando por hambre y desesperanza porque no se le invierte? En los últimos 10 años el presupuesto al campo ha caído en un 50 por ciento, provocando entre otras desdichas la emigración de cerca de 300 mil paisanos cada año (jóvenes en su mayoría), acarreando a un proceso de envejecimiento de la población rural.
Esta precaria situación que viven los campesinos oaxaqueños está vinculada primordialmente al modelo neoliberal adoptado en las últimas décadas, que muestra la escala de prioridades y del desdén con el que se mira al sector agrícola nacional.
El origen de estas políticas económicas viene del año 1989 cuando el economista inglés John Williamson se le encargó la redacción de 10 puntos esenciales para una reforma estructural que fuera aceptada por cincuenta economistas de varios países, lo que después se le llamaría "Consenso de Washington"; mismo que establecería las bases del modelo neoliberal así como las condiciones que se le impondrían a las economías de América Latina, para que las compañías del primer mundo explotaran a los subdesarrollados. Estas políticas económicas han sido acatadas y operadas con estricta disciplina por los últimos gobiernos neoliberales de nuestro país.
Desde el Consenso de Washington se han realizado los ajustes tendientes a la aplicación de las herramientas comprendidas en sus postulados como los acuerdos internacionales signados en las últimas décadas, tal es el caso del Tratado de Libre Comercio con América del Norte --capítulo agropecuario-- que trajo aparejadas consecuencias catastróficas para la producción de granos en el territorio nacional.
Basta con examinar el 9º principio de dicho consenso, que postula la "desregulación" relativa a la eliminación de protecciones hacia una apertura económica; circunstancia que ha oscurecido el horizonte del pequeño productor oaxaqueño situándolo en una competencia desigual frente a los productores norteamericanos, quienes sí cuentan con efectivos subsidios gubernamentales, tecnología y maquinaria; lo que abarata sus costos de producción contra los que no podemos competir en el mercado.
O el 2º postulado que plantea la necesidad de redirigir las prioridades del gasto público, dejar de invertir recursos en políticas "pro-pobres" y dirigir las inversiones a la infraestructura. Estas medidas han llevado a la disminución del gasto sectorizado en áreas que no consideran prioritarias como la agricultura: ¿Será una coincidencia o de dónde se inspiro el Ejecutivo federal al pretender disminuir en más de 10 mil millones de pesos el gasto al campo para el próximo año?
Las recientes administraciones no han entendido que el crecimiento agrícola es también la vía principal para reducir la pobreza tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Se debe reconocer universalmente que el alivio de la marginación como una responsabilidad de la política económica, que considere cuidadosamente el papel de la agricultura en el desarrollo nacional, como sucede en la Gran Bretaña donde la agricultura absorbe alrededor del siete por ciento de la fuerza total de trabajo, pero el producto de ese esfuerzo alcanza para alimentar al total de su población. Mientras que en México se le dedica el 80 por ciento de la fuerza de trabajo, logrando a penas alimento suficiente para el autoconsumo. La moraleja consiste en reproducir lo que sucede en los países en desarrollo que basan su sustento en la agricultura; aún estamos a tiempo.
*Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana Puebla, maestro en Economía por la UNAM.
juandiazcarranza@hotmail.com
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