3 June, 2010
Ver También Video: La Invasión Hidroeléctrica: / http://www.youtube.com/watch?v=Qb5aXlUpJ0g
Las grandes represas Hidroleléctricas: Dinosaurios destinados a desaparecer
Por Ricardo Carrere, coordinador internacional del WRM, Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales.
La historia de las grandes represas hidroeléctricas es la historia de la violación de los derechos básicos de los pueblos que habitaban el área inundada por cada una de las decenas de miles de represas que hoy obstruyen innumerables cursos de agua en todo el planeta. Es también la historia de la desaparición de numerosos ecosistemas y de la radical modificación de otros. Millones de hectáreas de bosques han quedado sumergidas bajo las aguas, afectando así a la fauna y flora locales y privando a los pobladores locales de sus tierras y medios de supervivencia.
Pero el impacto de las represas no se circunscribe al área de su embalse, sino que va mucho más allá. Por un lado, porque los cambios que genera la represa en el régimen hidrológico hacen desaparecer especies de fauna acuática –que se ven imposibilitadas de sortear la enorme barrera que significa la represa en sí- lo que genera impactos graves sobre otras especies vinculadas a la misma cadena alimenticia, que también desaparecen o cuyas poblaciones disminuyen drásticamente. Toda la población humana dependiente de esas especies a lo largo del río se ve entonces gravemente afectada en sus posibilidades de supervivencia. Por otro lado, impactan sobre otras áreas boscosas como resultado de la migración forzada a que son sometidas las poblaciones afectadas, que son normalmente “reasentadas” en otras áreas boscosas. Privadas de sus medios de vida tradicionales, estas poblaciones se ven obligadas a cortar áreas de bosque para poder destinarlas a sus cultivos agrícolas tradicionales. La pérdida de bosques por ende su duplica.
Nada de lo anterior constituye un descubrimiento reciente, sino que es sabido desde hace muchos años. Tanto es así, que en determinados países del Norte este tipo de represas no se construyen más e incluso se han comenzado a desmantelar algunas para permitir el flujo normal de los ríos.
A eso se agrega el detallado estudio llevado a cabo por la Comisión Mundial sobre Represas, cuyos resultados fueron hechos públicos en el año 2000, y donde entre otras cosas dice que “las grandes represas han fragmentado y transformado los ríos del mundo, mientras se estima que entre 40 y 80 millones de personas han sido desplazadas por su construcción. En muchos países, a medida que las bases para la toma de decisiones se han vuelto más abiertas, inclusivas y transparentes, la decisión de construir una gran represa se ha tornado crecientemente controversial, hasta el punto que el futuro de la construcción de grandes represas está hoy cuestionado en muchos países del mundo”.
Sin embargo, ignorando la experiencia de los impactos y el dolor acumulados, año tras año se siguen planteando nuevos proyectos de represas en numerosos países del mundo y en particular del sur. ¿Es qué no se ha aprendido nada?. ¿Es que los técnicos son ignorantes?. Nada de eso. La respuesta es muy sencilla: Se siguen planteando porque las grandes represas significan grandes negocios para grandes empresas (y para sus socios locales). La única razón por la que algunas no se concretan o ni si quiera se plantean es la creciente oposición organizada contra las mismas. Si no fuera por eso, seguramente serían muchas más.
Importa entonces saber quiénes son los que se benefician y cómo logran sus objetivos. Dado el gigantismo de este tipo de represas, las mismas implican cuantiosas inversiones, normalmente fuera del alcance de las empresas y estados nacionales del Sur. Es así que quienes finalmente acceden a los contratos para los estudios, la construcción y la puesta en funcionamiento de las mismas son consorcios de grandes empresas transnacionales. Entre ellas se destacan las empresas consultoras, de construcción y proveedoras de maquinaria para represas, en su inmensa mayoría radicadas en el Norte (Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Italia, Reino Unido, Suecia, Suiza, entre otros).
Sin embargo, la obtención de ganancias no se basa sólo en la participación en la construcción de la represa, sino que también radica en los distintos tipos de apoyos que las empresas reciben de los gobiernos de sus países de origen o de organismos multilaterales de crédito. Es aquí donde juegan un importante papel las agencias multilaterales, que escudándose tras el rótulo de agencias de “asistencia” a los países del Sur, en realidad asisten con dinero de los contribuyentes a las empresas involucradas en las represas. Un papel similar es cumplido por las agencias de financiamiento a la exportación de los países del Norte, que asisten con créditos blandos la exportación de la maquinaria para las represas. A su vez, el Banco Mundial, al igual que la banca multilateral de la regional (Bancos Africano, Asiático e Interamericano de Desarrollo) han sido y siguen siendo organismos esenciales en la financiación de las grandes represas hidroeléctricas.
En todo esto también juegan un rol importante los gobiernos nacionales de los países donde las represas son construidas. El Estado actúa como promotor de los proyectos, aportando los argumentos técnicos, económicos y sociales necesarios para lograr el apoyo mayoritario de la población no afectada por la represa (en particular la población urbana). Los funcionarios gubernamentales se ufanan en promocionar el carácter “limpio y renovable” de este tipo de energía. Argumentan que la población del país necesita de la energía eléctrica proveniente para mejorar su calidad de vida. Traen a colación el tema del cambio climático.
Nada se dice por supuesto acerca de los grandes beneficios económicos que los empresarios locales vinculados al gobierno perciben a través de su asociación con los actores transnacionales involucrados. No se menciona, claro está, que en muchos casos la construcción de las grandes represas está vinculada a procesos de corrupción donde se benefician los propios funcionarios que la publicitan. Nada se dice tampoco sobre los impactos ambientales que terminan volviendo sucia y no renovable a esta energía y que además contribuyen al cambio climático a través de la emisión de grandes volúmenes de dióxido de carbono y gas metano, dos de los principales gases de efecto invernadero. Menos aún se menciona que la energía producida rara vez llega a los hogares de los más pobres, y que en realidad sirve para que las transnacionales dispongan de energía barata y abundante para que sus inversiones resulten rentables.
A su vez, las grandes represas son presentadas como la única opción posible. Las alternativas son invisibilizadas y por ende inviabilizadas. Las energías provenientes del sol, del viento, de la biomasa, ni siquiera entran en la ecuación y menos aún temas centrales como la descentralización de la producción y distribución de la energía, su uso eficiente y su conservación. La alternativa pasa a ser: o energía hidroeléctrica o nada.
Pero el Estado tiene a su vez otra misión fundamental a cumplir para hacer posible las grandes represas: Actuar como represor de la oposición local toda vez que lo entienda necesario. En esto apela a varios mecanismos. Por un lado, busca aislar a los opositores del resto de la población nacional, contraponiendo el interés general al interés particular de las poblaciones locales. Dado que normalmente las áreas a ser inundadas están habitadas por poblaciones indígenas o campesinas pobres, las muestra como “atrasadas” y “opuestas al progreso”, explotando y exacerbando en muchos casos los posibles sentimientos racistas de la población mayoritaria del país. Además el gobierno recurre frecuentemente a procesos de “consulta” totalmente manipulados con el objetivo de lograr dividir a las comunidades afectadas y obtener algún tipo de “apoyo” al emprendimiento. Pero finalmente recurre, en forma abierta o encubierta, a su capacidad de represión física para obligar a las poblaciones locales a abandonar el área. El Estado resulta entonces la cara visible de la violación de los derechos humanos de las poblaciones locales, pero es importante señalar que dicha responsabilidad es compartida por todos los actores arriba mencionados que se esconden tras el mismo.
La gran paradoja radica en que las grandes represas hidroeléctricas son en realidad el símbolo del paradigma ya perimido del dominio de la naturaleza por parte del ser humano. En su momento fueron motivo de admiración, y cuanto más grande era la represa, mayor orgullo representaba para el país que la albergaba. Quienes se oponían a las mismas eran catalogados de atrasados y de opuestos al progreso, lo cual justificaba el desconocimiento de todos sus derechos.
Hace ya más de diez años se produjo sin embargo un cambio fundamental, cuando en la Cumbre de la Tierra de 1992 de Río de Janeiro, los gobiernos adhirieron formalmente al nuevo paradigma del desarrollo sustentable, que realza la importancia de la conservación ambiental y la equidad social. En ese contexto, las grandes represas, se asemejan a un dinosaurio en vías de extinción, pero sigue negándose a desaparecer. ¿Cuánto más sufrimiento se impondrá a los pueblos locales antes que eso suceda?. ¿Cuántas más especies y ambientes deberán desaparecer antes de que los gobiernos -del Norte y del Sur-
se decidan de una buena vez a abandonar un modelo de desarrollo insustentable para el que este tipo de represas constituye una necesidad?.
A esta altura resulta muy claro que las represas no desaparecerán por sí solas, sino como resultado de la oposición organizada a las mismas, desde el nivel local a los niveles nacional e internacional. El primer paso consiste en generar conciencia sobre el problema. Ya se ha avanzado mucho en este sentido –gracias al infatigable trabajo de numerosas personas y organizaciones- pero aún no lo suficiente.
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