Project Syndicate, Bjørn Lomborg 2011-11-14
COPENHAGUE – Cuando el mes pasado el nuevo gabinete de gobierno de Dinamarca se presentó ante la reina Margarita II, el ministro de desarrollo entrante quiso dejar sentadas sus credenciales ecologistas, al llegar hasta el palacio en un diminuto vehículo eléctrico de tres ruedas. El momento fotográfico fue una demostración elocuente acerca de su compromiso con el medioambiente... pero probablemente no la que el ministro pretendía dar.
La autonomía del vehículo eléctrico de Christian Friis Bach era insuficiente para recorrer los 30 kilómetros que separan su casa del palacio. Así que el ministro puso el miniauto eléctrico en un remolque para caballos y durante tres cuartas partes del trayecto lo llevó a la rastra con su Citroën con motor a gasolina; sólo volvió a usar el miniauto cuando las cámaras de televisión estuvieron cerca. La exhibición produjo más emisiones de dióxido de carbono que si el ministro hubiera dejado en casa el auto eléctrico y el remolque y hubiera empleado un auto común y corriente para todo el recorrido.
Por desgracia, no es una anécdota aislada. En 2006, mientras el laborismo gobernaba el Reino Unido, el líder del Partido Conservador, David Cameron, llamó la atención por querer darse credenciales de ecologista yendo al trabajo en bicicleta; pero el ardid se vino abajo cuando se descubrió que su maletín viajaba detrás de él en automóvil.
Sin embargo, la hipocresía actual de los políticos en temas medioambientales no se agota en simples momentos fotográficos. En Dinamarca, y en todas partes del mundo desarrollado, nos prometen solucionar el desastre financiero internacional mediante una transición a una economía más ecológica. En los Estados Unidos, el presidente Barack Obama promueve la creación de “trabajos ecológicos”. La primera ministra australiana, Julia Gillard, introdujo un impuesto a las emisiones para “permitir un crecimiento económico sin aumento de la contaminación por dióxido de carbono”. Y al ser elegido primer ministro, David Cameron prometió conducir el “gobierno más ecologista” de la historia del Reino Unido.
Dinamarca puede servir como prueba de si las políticas favoritas de esos dirigentes producen o no los beneficios ambientales y económicos que prometen. A tono con el entusiasmo internacional por la inversión en energías limpias, el gobierno danés pretende lograr de aquí a 2020 un enorme aumento de la generación de energía eólica. Como gesto es significativo; pero como el país forma parte del esquema de intercambio de emisiones de la Unión Europea, desde el punto de vista de la emisión global de CO2 no implica absolutamente nada. Lo único que conseguirá será abaratar el uso del carbón en otros países de la UE.
De hecho, es probable que los costosos recortes de emisiones en Dinamarca y otros países conduzcan a una reubicación parcial de las emisiones de CO2 hacia países más permisivos, por ejemplo China (donde la eficiencia medioambiental de la producción es menor), y por consiguiente, a un aumento global de las emisiones de CO2. Aunque de 1990 a esta parte la Unión Europea redujo sus emisiones, al mismo tiempo aumentó sus importaciones desde China, que por sí sola produjo suficientes emisiones para contrarrestar aquellas reducciones.
Habrá quien diga que es necesario implementar un acuerdo amplio de reducción de emisiones a escala internacional, al estilo del protocolo de Kioto. Pero, como quedó al descubierto tras la farsa de reunión cumbre sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en 2009, eso es imposible. Nadie espera que de la cumbre del próximo mes en Durban (Sudáfrica) salga algún acuerdo, y hay buenos motivos para este escepticismo: los Estados Unidos no pudieron poner en práctica un protocolo sobre cambio climático ni siquiera con el Partido Demócrata ocupando la Casa Blanca y con el control del Congreso, y las economías emergentes, con China e India a la cabeza, no están dispuestas a implementar medidas que obstaculicen su crecimiento.
Los políticos daneses (lo mismo que en otros países) aseguran que lograr una economía ecológica no costará nada, y que incluso puede ser un motor de mayor crecimiento. Lamentablemente, no es así. A escala global, existe una clara correlación positiva entre los índices de crecimiento y las emisiones de CO2. Además, casi todas las fuentes de energía limpia son todavía más caras que los combustibles fósiles, incluso cuando en el cálculo se incluyen los costos de la contaminación. No quemamos combustibles fósiles por mero afán de molestar a los ambientalistas, sino porque los combustibles fósiles posibilitaron prácticamente todos los avances materiales logrados por la civilización en los últimos siglos.
En Dinamarca, y en otros países, los políticos hablan como si ahora la realidad fuera otra: según ellos, la transición a una economía ecológica creará millones de nuevos “trabajos ecológicos”. Pero aunque los subsidios a las energías limpias creen más puestos de trabajo en los sectores beneficiados, también desplazarán una cantidad similar de empleos en otros sectores. Es lógico: alguien (los clientes o los contribuyentes) tiene que financiar los subsidios. El precio de la electricidad aumentará, y eso pondrá un freno a la creación de empleo en el sector privado. Si lo que se busca es crear puestos de trabajo, se lograría un crecimiento del empleo más rápido y sostenido aumentando la inversión pública en otras áreas (por ejemplo, en atención de la salud).
Un último ejemplo bastará para que quede claro: hace años que los políticos daneses insisten en subsidiar a la mayor fabricante de turbinas eólicas del mundo, la danesa Vestas, con el argumento de que el gasto de otros países en la tecnología de parques eólicos danesa subsidiada es un beneficio para Dinamarca. Pero en 2004, el Consejo Económico de Dinamarca examinó la situación y llegó a la conclusión de que, en términos generales, los subsidios habían provocado un perjuicio económico al país. Y lo que es peor, con las dificultades financieras actuales, las industrias de la energía solar y eólica están reduciendo la producción en los países caros y trasladando empleos a otras economías más baratas. El año pasado, Vestas despidió a 3.000 empleados en Dinamarca y Suecia.
A muchos políticos les gustan los momentos fotográficos y los discursos grandilocuentes sobre la “construcción de una economía ecológica”. Por desgracia, las políticas actuales para la adopción de energías limpias no ayudan al medioambiente ni a la economía. Lo más probable es que produzcan un aumento de las emisiones en China, más subcontratación con destino a la India y una reducción de las tasas de crecimiento en los bienintencionados países “ecologistas”.
Bjørn Lomborg, autor de los libros El ecologista escéptico y En frío: la guía del ecologista escéptico para el cambio climático, es jefe del Centro de Consenso de Copenhague y profesor adjunto de la Escuela de Administración de Empresas de Copenhague.
martes, noviembre 15, 2011
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