Project Syndicate, Paul R. Ehrlich y Anne H. Ehrlich, 21 feb 2013
PALO ALTO – La humanidad enfrenta un creciente complejo de problemas ambientales serios y sumamente interconectados, que incluyen desafíos de los que se habla mucho, como el cambio climático, así como la amenaza igual de grave o más para la supervivencia de organismos que sustentan nuestras vidas al ofrecer servicios críticos para el ecosistema como la polinización de los cultivos y el control de pestes agrícolas. Enfrentamos también otras muchas amenazas: la propagación de sustancias químicas sintéticas tóxicas en todo el mundo, grandes epidemias y una marcada caída de la calidad de los recursos minerales, el agua y los suelos, y de la accesibilidad a ellos.
Las guerras por los recursos ya están entre nosotros; si estallara una "pequeña" guerra de recursos nucleares entre, digamos, India y Pakistán, ya sabemos que la guerra por sí sola probablemente pondría fin a la civilización.
Sin embargo, creemos que la amenaza más seria para la sustentabilidad global en las próximas décadas será una amenaza sobre la que existe un acuerdo generalizado: la creciente dificultad de evitar hambrunas de gran escala. Como señala el Informe del Foro Económico Mundial de 2013: “La seguridad global de los alimentos y la nutrición es una preocupación global importante en tanto el mundo se prepara para alimentar a una población creciente con una base de recursos que decrece, en una era de mayor volatilidad e incertidumbre". De hecho, el informe destaca que más de "870 millones de personas hoy sufren hambre y corren más riesgos como consecuencia de los episodios climáticos y las alzas de precios". En consecuencia, "nunca se necesitaron con tanta urgencia medidas para mejorar la seguridad de los alimentos".
A decir verdad, prácticamente todas estas advertencias, en nuestra opinión, subestiman el problema de los alimentos. Por ejemplo, las deficiencias de micronutrientes pueden afectar a otros 2.000 millones de personas. Y se minimizan otras muchas causas de vulnerabilidad: el potencial impacto de los trastornos climáticos en la agricultura y la pesca; cómo una alteración en el consumo de combustibles fósiles afectará la producción de alimentos; de qué manera la agricultura misma, un emisor importante de gases de tipo invernadero, acelera el cambio climático; y las consecuencias de un bombeo excesivo de agua subterránea y el deterioro progresivo de los suelos. De hecho, la agricultura también es una causa importante de pérdida de biodiversidad -y por ende una pérdida de servicios del ecosistema suministrados a la agricultura y otras empresas humanas- así como una causa importante de toxicidad global.
Quizá más importante sea el hecho de que prácticamente todos los análisis suponen que la población humana tendrá 2.500 millones de personas más en 2050, en lugar de buscarse maneras de reducir esa cifra. El optimismo de muchos analistas respecto de nuestra capacidad para alimentar a estos miles de millones de personas adicionales es bastante preocupante, considerando que millones de personas hoy mueren anualmente de desnutrición, y muchas más están tan desnutridas que tienen una vida degradada. Si será tan fácil alimentar a un 35% más de habitantes, ¿por qué todos no están bien alimentados hoy?
Se suelen recomendar cinco pasos para solucionar el problema de los alimentos: dejar de aumentar la superficie de tierra dedicada a la agricultura (para preservar los servicios naturales del ecosistema); aumentar los rendimientos donde sea posible; incrementar la eficiencia de los fertilizantes, el agua y la energía; volverse más vegetariano; y reducir el desperdicio de alimentos. A esto se podría agregar dejar de devastar los océanos, incrementar marcadamente la inversión en investigación y desarrollo agrícolas, y colocar una nutrición apropiada para todos como tema prioritario en la agenda de políticas globales.
Todos estos pasos requieren cambios que se vienen recomendando desde hace mucho tiempo en el comportamiento humano. La mayoría de la gente no reconoce la creciente urgencia de adoptarlos porque no entiende el sistema agrícola y sus complejas conexiones no lineales (y desproporcionadas) con los mecanismos que generan el deterioro ambiental. Todos los recursos para alimentar a cada persona adicional, en promedio, provendrán de fuentes más escasas, más pobres y más distantes, se utilizará una cantidad desproporcionadamente mayor de energía y se generará una cantidad desproporcionadamente mayor de gases de tipo invernadero.
Más de un milenio de patrones cambiantes de temperatura y precipitaciones, todos ellos vitales para la producción de cultivos, puso al planeta en un camino que conduce a tormentas, sequías e inundaciones cada vez más severas. Por lo tanto, mantener -ya no expandir- la producción de alimentos se tornará una misión cada vez más difícil.
Se necesita un movimiento popular que oriente la conciencia cultural para que ofrezca la "inteligencia operativa" y la planificación agrícola, ambiental y demográfica que los mercados no pueden proporcionar. Recién entonces podríamos empezar a ocuparnos seriamente del desastre demográfico -considerar los beneficios nutricionales/sanitarios de poner fin humanamente al crecimiento de la población mucho antes de que lleguemos a los 9.000 millones de habitantes y empezar una declinación gradual de ahí en más.
La mejor manera, en nuestra opinión, de lograr una reducción de la población es otorgarles plenos derechos y oportunidades a las mujeres, y lograr que la anticoncepción moderna y el aborto post-conceptivo estén al alcance de toda la población sexualmente activa. Si bien en qué medida estos pasos permitirían reducir las tasas totales de fertilidad es una cuestión polémica, ofrecerían beneficios sociales y económicos importantes ya que permitirían que existan enormes reservorios de poder cerebral fresco para resolver nuestros problemas, a la vez que se salvan cientos de miles de vidas al reducirse la cantidad de abortos inseguros.
¿La humanidad puede evitar un colapso generado por el hambre? Sí, podemos -aunque las probabilidades hoy son de apenas el 10%-. Por más absurdo que parezca, creemos que, por el bien de las generaciones futuras, vale la pena luchar para que suban al 11%.
Uno de nuestros más distinguidos colegas, el biogeógrafo y experto en energía James Brown de la Universidad de Nueva México, no concuerda. Él dice que las probabilidades de sustentar la civilización humana son de alrededor del 1%, pero piensa que vale la pena llevarlas al 1,1%.
Desarrollar inteligencia operativa y movilizar a la sociedad civil en pos de la sustentabilidad son objetivos centrales de la Alianza del Milenio para la Humanidad y la Biósfera (MAHB, por su sigla en inglés), con sede en la Universidad de Stanford. Quienes adhieren a la MAHB se suman a lo mejor de la sociedad civil global en la lucha para evitar el fin de la civilización.
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