Project Syndicate / Benjamin J. Sovacool 2011-03-16
SINGAPUR – La crisis nuclear del Japón es una pesadilla, pero no una anomalía. De hecho, sólo es la última en una larga serie de accidentes nucleares con fusiones de reactores, explosiones, incendios y pérdida de refrigerante: accidentes que han ocurrido tanto con funcionamiento normal como en situaciones de emergencia, como, por ejemplo, sequías y terremotos.
La seguridad nuclear requiere claridad sobre los términos. La Comisión Reguladora Nuclear de los Estados Unidos divide en general los “sucesos” nucleares no planificados en dos clases: “incidentes” y “accidentes”. Los incidentes son sucesos imprevistos y fallos técnicos que se producen durante el funcionamiento normal de una central y no tienen como consecuencia fugas de radiación fuera de su emplazamiento o daños graves a su equipo. Los accidentes se refieren a fugas de radiación fuera de su emplazamiento o a daños graves en el equipo de la central.
La Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos utiliza un método de clasificación de siete niveles para calibrar la importancia de los sucesos nucleares y radiológicos: los niveles 1-3 son “incidentes” y los 4-7 son “accidentes”, y el “accidente muy grave de nivel 7” consiste en “una fuga en gran escala de material radioactivo con efectos generalizados en la salud y el medio ambiente que requieren la aplicación de amplias medidas planificadas para contrarrestarlos”.
Conforme a esas clasificaciones, el número de accidentes nucleares, aun incluyendo las fusiones habidas en Fukushima Daiichi y Fukushima Daini, es escaso, pero, si hacemos una nueva definición de “accidente” para que incluya los incidentes que tuvieron como consecuencia pérdidas de vidas humanas o más de 50.000 dólares de daños materiales, surge un panorama muy diferente.
De 1952 a 2009, ocurrieron a escala mundial al menos 99 accidentes nucleares que se ajustan a esa definición y cuyos daños sumaron más de 20.500 millones de dólares, es decir, más de un incidente y 330 millones de dólares de daños, por término medio, al año, en los tres últimos decenios, y, naturalmente, en ese término medio no va incluida la catástrofe de Fukushima.
De hecho, en comparación con las demás fuentes de energía, a la nuclear corresponde un número mayor de víctimas mortales que a los sistemas de petróleo, carbón y gas natural y sólo la superaron las presas hidroeléctricas. Desde el desastre de Chernóbil en 1986, ha habido 57 accidentes. Si bien sólo en unos pocos hubo víctimas mortales, en aquellos en los que las hubo murieron en conjunto más personas que en los accidentes de la aviación comercial de los Estados Unidos habidos desde 1982.
Conforme a otro índice de accidentes de energía nuclear, que incluye los costos distintos de la muerte o de los daños materiales, como, por ejemplo, trabajadores heridos o irradiados y fallos de funcionamiento que no tuvieron como consecuencia desconexiones ni fugas, de 1942 a 2007 se documentaron 956 incidentes y, conforme a otro, entre el accidente de 1979 en Three Mile Island, en Pensilvania, y 2009 y tan sólo en centrales nucleares de los EE.UU. hubo más de 30.000 contratiempos, muchos de los cuales podrían haber causado graves fusiones,.
Los fallos no se limitan a los emplazamientos de los reactores. En los accidentes habidos en la planta de reprocesamiento del río Savannah hubo fugas de yodo radioactivo diez veces mayores que en el accidente de Three Mile Island y un incendio en las instalaciones de Gulf United de Nueva York en 1972 esparció una cantidad no revelada de plutonio, lo que obligo al cierre permanente de la central.
En 1957, en el Complejo de Reprocesamiento Industrial de Mayak, en la zona meridional de los Urales de Rusia, la explosión de un depósito que contenía sales de acetato de nitrato produjo una fuga en gran escala de material radioactivo sobre una superficie de más de 20.000 kilómetros cuadrados, lo que obligó a la evacuación de 272.000 personas. En septiembre de 1994, la combustión de gas metano que se había filtrado desde un almacén desencadenó una explosión en el reactor de investigación de Serpong (Indonesia), cuando un trabajador encendió un cigarrillo.
También han ocurrido accidentes cuando se han desconectado reactores nucleares para recargar combustible o para trasladar combustible nuclear gastado. En 1999, los técnicos que estaban introduciendo combustible gastado en un depósíto de almacenamiento en seco del reactor de la central de Trojan en Oregón descubrieron que la capa protectora de carbonato de zinc había empezado a producir hidrógeno, lo que causó una pequeña explosión.
Lamentablemente, los accidentes in situ en reactores nucleares e instalaciones de combustible no son el único motivo de preocupación. El apagón eléctrico habido en agosto de 2003 en el nordeste de los Estados Unidos reveló que en más de una docena de reactores nucleares de los EE.UU. y del Canadá no había un mantenimiento adecuado de los generadores diesel de reserva. En Ontario, durante el apagón eléctrico, los reactores que debían desconectarse automáticamente de la red eléctrica y permanecer en reposo quedaron desconectados del todo y sólo dos de los doce reactores actuaron como se esperaba.
Como sostuvieron los abogados defensores del medio ambiente Richard Webster y Julie LeMense en 2008, “la industria nuclear (...) está como estaba el sector financiero antes de la crisis” que estalló aquel año. “Hay muchos riesgos que no se gestionan ni se reglamentan adecuadamente”.
Ese estado de cosas es preocupante, por no decir algo peor, en vista de la magnitud de los daños que un solo accidente grave puede causar. La fusión de un reactor de 500 megavatios situado a cincuenta kilómetros de una ciudad causaría la muerte inmediata de unas 45.000 personas, heriría a otras 70.000, aproximadamente, y causaría daños materiales que ascenderían a 17.000 millones de dólares.
Un ataque logrado o un accidente en la central eléctrica de Indian Point, cerca de la ciudad de Nueva York, que, al parecer, formaba parte del plan original de Al Qaeda para el 11 de septiembre de 2001, habría provocado 43.700 víctimas mortales inmediatas y 518.000 muertes por cáncer y los costos de la limpieza habrían ascendido a dos billones de dólares.
Por situar un accidente grave en su marco, según los datos que figuran en mi próximo libro Contesting the Future of Nuclear Power (“Impugnación del futuro de la energía nuclear”), hemos de decir que, si diez millones de personas estuvieran expuestas a la radiación de una fusión nuclear completa (en la que fallaran completamente las estructuras de contención y el núcleo interno del reactor entrase en contacto con el aire), unas 100.000 morirían a consecuencia de una enfermedad aguda causada por la radiación en el plazo de seis semanas. Unas 50.000 experimentarían dificultades respiratorias agudas y a 240.000 se les declararía un hipotiroidismo agudo. Unos 350.000 varones quedarían temporalmente estériles, 100.000 mujeres dejarían de menstruar y 100.000 niños nacerían con deficiencias cognoscitivas. Habría miles de abortos espontáneos y más de 300.000 cánceres posteriores.
Los defensores de la energía nuclear han logrado considerables avances políticos en todo el mundo en los últimos años, al presentarla como una opción substitutoria segura, limpia y fiable de los combustibles fósiles, pero la documentación histórica muestra claramente que no es así. Tal vez la tragedia que está desarrollándose en el Japón sea suficiente por fin para impedir que el renacimiento nuclear se haga realidad.
Benjamin K. Sovacool, profesor en la Escuela Lee Kuan Yew de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Singapur, es autor de Contesting the Future of Nuclear Power (“Impugnación del futuro de la energía nuclear”) y coautor de The International Politics of Nuclear Power (“La política internacional de la energía nuclear”), de próxima publicación.
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